VESTIR EN CUERO ES LO MÁXIMO.
diciembre 31, 2021Se ha dicho que las relaciones eróticas del BDSM se fundamentan en la sofisticación, en llevar al extremo (a la “perversión”, se decía…) las caracterizaciones de lo humano, no para situarse fuera de esa humanidad, sino todo lo contrario: para señalar con nitidez esa caracterizaciones.
Por eso, el vestido, el vestirse, los códigos que ello entraña y el hacer de “el mono desnudo” el más sugerente de los primates, no es algo que a esas relaciones eróticas tampoco les sea ajeno (como tampoco lo es el llevarlos al límite). Así, el látex, el cuero y el PVC, el neopreno, suelen ser los materiales preferidos en esas elaboradas representaciones que acompañan sus manifestaciones. Pero, ¿qué pueden tener en común estos 4 materiales? Me arriesgo a emitir una hipótesis: el que hacen de la vestimenta la desnudez. Simulan y simbolizan la propia piel desnuda; el cuero es piel en sí misma y el látex y el PVC y el neopreno no impiden que el tacto sea sobre la propia piel. Pero, el látex como elemento de vestimenta, tiene unos reclamos fetichistas particularmente destacables para los “rubberistas” (los amantes del “rubber”, de la “goma”).
El primero es el que señalábamos antes: facilita, por encima incluso del más grueso PVC, una extraordinaria sensibilidad que no sólo permite que cada roce, cada caricia, se transmitan directamente a la piel sino que, incluso, acrecenta esa sensación al expandirse por las zonas cercanas. Una segunda es que a su aparente “inexistencia” (no parece que se lleve nada encima), se le une una evidente “presencia” (el traje de látex está ahí y se hace evidente). Y es que el látex es un material que permite una extraordinaria diversidad en su confección y, si bien casi todo el mundo piensa, cuando se habla de una ropa de látex, en el “catsuit” (una prenda muy ajustada que cubre las piernas y el torso así como en muchas ocasiones los brazos) o en el “zentai” (que cubre el cuerpo entero pies, manos y rostro incluidos), lo cierto es que las posibilidades de confección y color son equiparables a las de cualquier otro tejido, lo que posibilita el adecuarse a los “códigos” (a las reglas e imposiciones del “dress code” tan requeridas en el BDSM). Un tercer punto es el efecto óptico que produce; a la textura que simula una piel perfecta, sin erosiones, máculas o imperfección alguna, se le suele unir un particular brillo (potenciado por sprais que se distribuyen sobre el material a tal efecto) que resalta la prenda y simboliza una ligera sudoración atribuible a un esfuerzo corporal erótico. Un cuarto aspecto nada desdeñable en su atractivo erótico es la enorme dificultad de colocarse una prenda ceñida de este material. Lo adherido que va a la piel (se “pega”, literalmente), junto a una dificultad inherente del látex por deslizarse sobre ella (por eso, los condones vienen de forma que se desplieguen sobre el pene porque si vinieran ya desplegados y hubiera que deslizarlos, sería imposible colocárselos) hacen que la preparación previa de la piel sea prácticamente imprescindible. Así, buenas cantidades de talco, que faciliten el deslizamiento y absorban el exceso de sudoración que el material va a producir en el cuerpo (el látex no transpira), además de una dosis ingente de paciencia y cuidado en la colocación (ya hemos dicho que se puede rasgar con facilidad), son imprescindibles.
La parte erótica
Pero todo esto, en lugar de un inconveniente, es en sí mismo parte de la erótica, construye su ritual y conforma esa carga simbólica de sagrado que exige y requiere el erotismo. Y es que, en definitiva, el látex contradice ese dicho popular de que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, no sólo porque sí es ella la que “se viste” (si ya tiene la intención conceptual de colocarse una vestimenta) ya es una humana, sino porque en cuanto se viste de látex, puede quedar monísima pero en ningún caso, ni por asomo, será nunca una mona.